El 8 de septiembre del 2011 escribí la siguiente nota pero en ese entonces no la publiqué porque pensé que podría herir susceptibilidades de algunos lectores. Pero debido al aumento de una situación incómoda por parte de habitantes de Bogotá (que NO son bogotanos), decidí hacerlo ahora.
SI YO FUERA ALCALDE
Sabemos que por estos días el tema de la censura es muy recurrente en distintos aspectos siendo el más notorio la ley de protección de derechos de autor denominada “Ley Lleras”. Hay controversia por la tauromaquia que es vista como cultura por sus seguidores y como maltrato animal por los que no la apoyan (en mi opinión, la cultura es con lo que un pueblo se expresa y se identifica, por lo tanto una sociedad que disfruta de un espectáculo como las corridas de toros no es la más correcta que digamos). Otro gran debate nacional es el de los derechos de la población LGBT y al respecto creo que debería ser una cuestión de reciprocidad: si no queremos que nos nieguen nuestros derechos, no neguemos los de los demás. También se habla de la violencia contra la niñez y la mujer como un acto totalmente repudiable (y es así, lógicamente), pero al igual que en los anteriores casos la ley colombiana no es eficaz como quisiéramos.
Les hablo de todo esto porque algo que sucede en nuestra ciudad va en aumento exponencial y se podría decir que se está generando una especie de censura. Resulta que últimamente he hablado con varias personas que hablan muy mal de Bogotá ya sea por los trancones, por la malla vial, inseguridad, inundaciones, etc. Lo más curioso es que aquellos a los que he escuchado hacer las críticas no son de aquí; el acento los delata. Ante esta situación quiero expresar abiertamente mi inconformismo con todos los que no son bogotanos y juzgan de esa manera la ciudad que les brindó la oportunidad de conseguir un empleo, de educarse, de tener una vivienda y muchas más cosas que seguramente sus sitios de origen no podría haberles dado jamás. Y cómo no molestarme si a la vez que hay bogotanos que no tienen manera de subsistir en su propia ciudad, existen muchos que sin ser de aquí viven bien y aún así no están contentos.
Para resaltar mi inconformismo quiero citar dos ejemplos: El primero sucedió el pasado 30 de julio en el Mundial Sub-20 cuando estaba esperando que comenzara el partido Colombia – Francia. Al lado mío había una familia costeña que literalmente maldecía el cielo bogotano por la lluvia que estaba cayendo y además, se quejaban del tráfico de la ciudad porque les tomó un buen tiempo llegar al estadio. Pensé en responderles algo al respecto pero me arrepentí porque fui a El Camín a ver fútbol y no a caer en la desesperación por comentarios malintencionados de unas personas a las que no debía prestarles la más mínima importancia. Menos mal antes de que empezara el segundo tiempo se fueron y los que estábamos cerca tuvimos la dicha de no tener que soportar tan ingrata compañía.
El segundo ejemplo tiene que ver con una compañera de la Universidad Nacional. Ella, nacida y criada en Medellín, llegó a Bogotá para estudiar Ingeniería Mecatrónica porque en la sede de la universidad en su ciudad no había este programa de pregrado. Al principio Clara era muy querida por todos porque tenía una simpatía inigualable y un gran sentido del humor, pero esas cualidades no las supo conservar con el tiempo. Exactamente hace un mes (imposible olvidar la fecha) fuimos a almorzar a un puesto de comida muy conocido por los que estudiamos en la Nacional, el cual queda en un local bajo el puente de la Calle 45 con Carrera 30. En el noticiero de RCN estaban presentando tres hechos que causaron polémica: la destitución de la directora del IDU Liliana Pardo y el subdirector técnico Inocencio Meléndez por irregularidades en contratos, el asesinato de una mujer embarazada en el distrito de Aguablanca (Cali, Valle del Cauca) y por último, la agresión del entonces técnico de la Selección Colombia Hernán Darío Gómez a una mujer. Clara repudió las noticias del escándalo del IDU y de la mujer embarazada pero del “Bolillo” no dijo nada. La explicación que ella nos dio fue que el técnico era víctima de un complot para desprestigiarlo porque él es exitoso y paisa. Lo anterior provocó la risa iracunda de una de nuestras compañeras y así comenzó la discusión. Clara afirmó que los paisas eran los que se destacaban del resto de habitantes del país y que sin ellos Colombia no sería nada. En ese momento creo que muchos de los que estábamos allí deseamos que fuera ella la mujer a la que le pegó el Bolillo. Todo terminó con un “hablamos más tarde” y hasta el día de hoy no lo hemos hecho.
Por estos dos ejemplos y por muchas más situaciones que no voy a mencionar, puedo decir que la gran mayoría de los que he leído y escuchado hablando muy mal de Bogotá son provenientes de la Costa Atlántica y de Antioquia, siendo casualmente la población que más se ha beneficiado de la ciudad. Si no me cree, compruébelo usted mismo y se dará cuenta que tengo razón.
Lo anterior hizo que me planteara un ejercicio imaginario: ¿Qué pasaría si todos permanecieran en sus lugares de origen durante toda su vida? Seguramente muchos familiares, amigos, compañeros, entre otros, no estarían con nosotros. Quizá no existiría tanto caos que se presenta a diario en las calles. Tal vez el desempleo tendría un índice bajo. Son solo suposiciones, pero confieso que en varias ocasiones he pensado que sería una buena idea. Imagino también que al terminar de leer esta nota usted pensará que soy regionalista y la verdad es que en este caso si, lo acepto. No tolero la crítica (en varias ocasiones sin razón) de aquellos que vinieron a Bogotá en busca de oportunidades y a cambio la convierten en un completo caos.
Los bogotanos debemos día a día lograr hacer de nuestra ciudad un lugar muy agradable para vivir y los nacidos en otras partes del país y que habitan Bogotá deberían valorarla más y criticarla menos, porque si no les gusta, hay una solución muy sencilla: REGRESEN POR DONDE VINIERON. Quizá así cada vez que vaya al estadio no tendría que encontrarme con familias criticonas o no iría a almorzar con una compañera que solo ve los defectos en los demás y no los de ella o los de sus “paisanos”.
A propósito, como nos estamos acercando a las elecciones para alcalde he hecho un último ejercicio imaginario por el día de hoy, el cual sería que en caso de ser elegido en octubre, el 1 de enero del próximo año mi primer acto administrativo sería:
EL ALCALDE MAYOR DEL DISTRITO CAPITAL DE BOGOTÁ en ejercicio de sus facultades legales decreta:
TÍTULO I
CONVIVENCIA CIUDADANA
Artículo 1. Política de convivencia.
Debido a conflictos generados por la crítica y/o daño a la ciudad de Bogotá por parte de habitantes no nacidos en la misma, éstos deberán regresar a su sitio de origen de inmediato. Solo los bogotanos podrán permanecer en la ciudad.
PUBLÍQUESE Y CUMPLASE
Así que si usted no es bogotano y no está conforme con la ciudad, ruegue para que yo no sea elegido alcalde en un futuro porque ya sabe lo que le espera.