Todos hemos soñado alguna vez, ya sea cuando dormimos, en el bus, en la clase aburrida de la universidad, haciendo fila en el banco, en fin. Soñar es algo que nos transporta a un mundo donde las preocupaciones quedan en un segundo plano y la felicidad está al alcance de nuestras manos. Lo malo, es que al momento de despertar del sueño que tanto anhelamos sea cierto, sucede lo que dice la famosa canción: “… de repente llega la realidad y todo se echa a perder, todo se echa a perder… “.
Quizá la época en la que más soñamos es la niñez. Por ejemplo yo soñaba con pilotear un avión (luego de una visita al Museo de los Niños) y conocer todo el mundo. Luego, quería ser el mejor doctor del mundo, tener un Strech Armstrong, estudiar en la mejor universidad del país y aprender a montar en bicicleta. Y sí. Tuve el muñeco, actualmente estudio en la Universidad Nacional, y de vez en cuando manejo sin las manos. Solo el de ser médico es el sueño que no he cumplido y quizá nunca llegue a darse, aún después de no aprovechar la oportunidad que tuve para hacerlo realidad.
Un día estaba en un salón que tenía solamente dos asientos, uno de ellos ocupado por una joven bellísima quien permanecía en silencio. Le hablaba de cualquier tema para ganar su atención pero ella seguía igual. Entonces, abrí mi maleta y saqué un dulce para regalárselo. Ella lo tomó y me dio las gracias. Luego desperté. Con el tiempo había olvidado todos los sueños que tuve en la niñez, todos menos uno, que es precisamente el que acabo de mencionar y que ayer por cosas de la vida lo recordé como si fuera el más reciente.
Ayer terminé semestre y salí de la universidad por la 30 para tomar el Transmilenio, pero en la estación tuve que esperar bastante por un articulado que no llevara pasajeros a punto de salir por las ventanas debido al sobrecupo. Después de varios minutos pude por fin subir a uno pero éste no traía sillas libres y como estaba entrando muchas personas, me quedé en la parte de la mitad del bus que parece un bandoneón. Mientras llegaba al Portal de la 80 miraba por la ventana el enorme trancón que había en la NQS, que por cierto es algo muy común un viernes en horas pico.
El bus se detuvo en la estación de la Calle 75 y miré hacia otro lado, cuando a dos sillas de donde yo estaba reconocí una mujer a la que jamás en mi vida había visto. Por unos segundos trataba de recordar el por qué ella me era familiar hasta que encontré la respuesta: la mujer del sueño a la que le había regalado un dulce estaba sentada a unos dos metros de distancia de mí. Empecé a observar hacia distintas partes pero mi mirada terminaba siempre quedando en ella. Fue una sensación algo rara y no me explicaba la razón de tener tantos nervios; podría decir que era algo parecido a una primera cita. Ella me comenzó a ver y creí que estaba molesta pero rápidamente me convencí de lo contrario porque a partir de ese momento continuó un intercambio de miradas. Muchas, por cierto. Cuando llegamos al portal y nos bajamos del bus la perdí de vista por la gran cantidad de gente que estaba esperando transporte en la plataforma. Si tal vez me hubiera hecho justo a su lado y así como en mi sueño de infancia estuviera tratando de ganar su atención, quizá habría encontrado la respuesta a todo lo que en ese instante me estaba preguntando. Me puse a pensar en lo que me acababa de pasar y comencé a imaginar que le había hablado. A la vez, sentí como una canción iniciaba a sonar a pesar de que parte de la letra no funciona en este caso:
No supe ni su nombre ni su edad; si de niña soñó con ser abogada, profesora o psicóloga; si le gustó el dulce que le di o si en alguna ocasión ella soñó con un desconocido, quizá conmigo. Tampoco pude saber si al subir al bus ella me estaba esperando. No lo sé.
Fue como un encuentro anunciado desde hace muchos años el cual estaba postergándose hasta ayer. De esta manera fue que literalmente pude ver en persona a la mujer del salón a la que le regalé un dulce y me dio las gracias. Así como diría Milanés, puedo afirmar que ella se acerca a lo que yo simplemente soñé.
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