martes, 3 de diciembre de 2013

Diez años



Eran  las cinco de la mañana y ya me estaban despertando. Casi media hora después mi mamá me repetía: “¡Arréglese esa corbata!”.  La verdad es que siempre he odiado las corbatas. Mientras me ajustaba el nudo y revisaba mis zapatos, me acordaba de lo que había ensayado el día anterior. Salimos a la avenida y ¡oh sorpresa!, no había tanto tráfico para ser la primera semana de diciembre; era miércoles 03. Me puse a tararear mentalmente  la canción del lobo del Club 10 Caracol mirando por la ventana mientras la cotorra de taxista hablaba del mundial sub-20 en Emiratos Árabes y del colombiano muerto en la guerra de Irak. Camino a la Luis Ángel comencé a sentir alegría y nostalgia a la vez y con gran intensidad, sin llegar a niveles  emo.  Luego, muchos nervios. Iba a comenzar la ceremonia y mi papá no llegaba, lo cual me hizo decir muchas veces: “¡Llegue ya, viejo! “.  Minutos después  tenía el diploma en mis manos y mis papás aplaudían.

Se acabó la ceremonia  y todos lanzamos los birretes con cuidado excepto uno de mis  compañeros de mi curso (no recuerdo exactamente quién fue, aunque sospecho), quien casi daña una de las luces del lugar. Después, fotos de todo el curso, fotos con mis papás, fotos con los amigos de siempre (Jonathan, Edgar, Camilo, Jefry, Daniel, Alejandro), fotos con los profesores, fotos, fotos y más fotos.  Fue una alegría enorme por alcanzar una meta que por instantes veía difícil de lograr, y no por desempeño porque menos mal siempre me fue bien, sino por algo ajeno a lo académico. Es aquí donde debo agradecer a cuatro profesores que me motivaron para no desfallecer: David Parada, José Quintana, Marco Anaya y Amparo Rojas.  Gracias a ellos me convertí en uno de los mejores estudiantes, lo cual me ayudó bastante tiempo después en la universidad. Superados los problemas, el grado era una realidad. Al salir de la Luis Ángel quedo la promesa de reunirnos esa noche para celebrar porque podría ser la última vez que nos volviéramos a ver con muchos de los compañeros de curso. Dicho y hecho. 

Con los amigos de siempre nos estábamos comunicando seguido. Unos estudiaban, otros trabajaban y algunos, bien, gracias. Pero con el paso del tiempo ya era muy poco lo que sabíamos de los demás. De hecho, debo admitir que sin darme cuenta me aparté demasiado del resto. La mayoría hoy son ingenieros. También hay veterinarios, químicos, docentes, ambientalistas y expertos en el área deportiva. ¿Y yo? Pronto seré médico. Algunos son padres. ¿Y yo? ¡Bah! Aún no es tiempo para pensar en eso.

¿Y qué ha pasado en estos diez años?

Estudié telecomunicaciones, trabajé en ETB, viajé y entré a la Nacional. Al principio estaba estudiando una ingeniería pero no era mi lugar. Esta carrera fue una experiencia muy bonita porque aparte de aprender mucho, me permitió conocer a personas increíbles: Diego “Pomi”, arquero, amigo del teatro, incondicional siempre. Diego González y Ángela, seguidores de la buena música y de las conversaciones fuera de lo común.  Leslie, una de las mujeres más inteligentes que he conocido, con la sonrisa contagiosa.  Sergio, Andrés y Daniel, los del “triángulo”, incondicionales también. Raúl, Camilo y Víctor los del “futbolito”, Carlos, Mayra,  Natalia, Catalina, Edgardo, Christian, John Fredy, Ricardo, Oscar,  Sandra, Valentina, Laura (hoy toda una abogada a quien también le gusta mucho la cultura francesa), Karen, Laura Marcela “Batman”, Leandro, Catalina. Gustavo,  Andrés y Nathalia con los que creamos “Ecolluvias” para ayudar al planeta. Estefany, la mujer amante de los chocolates y de la sonrisa bonita. Marcela, Arturo y Liliana que lamentablemente ya no están con nosotros.

Ahora, estoy en Medicina, carrera que amo completamente. Trasnochar leyendo guías de tratamientos y actualizaciones médicas, asistiendo a charlas y clases en hospitales y otras tantas cosas es un deleite. En esta hermosa carrera he conocido también gente increíble: Los Korioto (Alexandra “Porfita” y Juan Carlos), Martha, Camila, Julián, Rodrigo, Claudia, Ana, Carolina, Gonzalo, Diana…

Dejando a un lado la parte estudiantil, estos diez años me han dejado grandes enseñanzas. En diez años he aprendido a valorar mucho. He aprendido que debo seguir en una lucha constante, ser quien quiero por lo que creo y no por lo que toque. En estos diez años también he tenido que ver cómo personas importantes en  mi vida se han ido para siempre. Se fue mi abuelo Alberto quien en muchos aspectos de mi vida fue el mentor. Jairo, quien logró que mamá sonriera y fuera feliz después de varios años tristes. Laura, el primer amor. Sandra, la persona más incondicional que haya existido.

En estos diez años sucedieron tantas cosas que me han hecho cambiar un montón. Cuando me veo en el espejo, se me hace difícil, casi imposible, encontrar algo del Andrés del 2003. De las cosas que he hecho, de pocas me arrepiento. De las que no hice, mejor no digo. En estos diez años he reído muchísimo más y he llorado muchísimo menos, y eso lo atribuyo a que dejé de vivir para los demás y me enfoqué única y exclusivamente a lo que deseaba. Es algo así como si en frente de mí hubiera construido un muro o como si llevara una máscara que con el tiempo hace que olvide a aquel que se la puso en la primera ocasión. 

Estos diez años, con triunfos y fracasos, alegrías y tristezas, me han enseñado algo importante: Siempre habrá una razón, siempre habrá una oportunidad.

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