martes, 3 de diciembre de 2013

Diez años



Eran  las cinco de la mañana y ya me estaban despertando. Casi media hora después mi mamá me repetía: “¡Arréglese esa corbata!”.  La verdad es que siempre he odiado las corbatas. Mientras me ajustaba el nudo y revisaba mis zapatos, me acordaba de lo que había ensayado el día anterior. Salimos a la avenida y ¡oh sorpresa!, no había tanto tráfico para ser la primera semana de diciembre; era miércoles 03. Me puse a tararear mentalmente  la canción del lobo del Club 10 Caracol mirando por la ventana mientras la cotorra de taxista hablaba del mundial sub-20 en Emiratos Árabes y del colombiano muerto en la guerra de Irak. Camino a la Luis Ángel comencé a sentir alegría y nostalgia a la vez y con gran intensidad, sin llegar a niveles  emo.  Luego, muchos nervios. Iba a comenzar la ceremonia y mi papá no llegaba, lo cual me hizo decir muchas veces: “¡Llegue ya, viejo! “.  Minutos después  tenía el diploma en mis manos y mis papás aplaudían.

Se acabó la ceremonia  y todos lanzamos los birretes con cuidado excepto uno de mis  compañeros de mi curso (no recuerdo exactamente quién fue, aunque sospecho), quien casi daña una de las luces del lugar. Después, fotos de todo el curso, fotos con mis papás, fotos con los amigos de siempre (Jonathan, Edgar, Camilo, Jefry, Daniel, Alejandro), fotos con los profesores, fotos, fotos y más fotos.  Fue una alegría enorme por alcanzar una meta que por instantes veía difícil de lograr, y no por desempeño porque menos mal siempre me fue bien, sino por algo ajeno a lo académico. Es aquí donde debo agradecer a cuatro profesores que me motivaron para no desfallecer: David Parada, José Quintana, Marco Anaya y Amparo Rojas.  Gracias a ellos me convertí en uno de los mejores estudiantes, lo cual me ayudó bastante tiempo después en la universidad. Superados los problemas, el grado era una realidad. Al salir de la Luis Ángel quedo la promesa de reunirnos esa noche para celebrar porque podría ser la última vez que nos volviéramos a ver con muchos de los compañeros de curso. Dicho y hecho. 

Con los amigos de siempre nos estábamos comunicando seguido. Unos estudiaban, otros trabajaban y algunos, bien, gracias. Pero con el paso del tiempo ya era muy poco lo que sabíamos de los demás. De hecho, debo admitir que sin darme cuenta me aparté demasiado del resto. La mayoría hoy son ingenieros. También hay veterinarios, químicos, docentes, ambientalistas y expertos en el área deportiva. ¿Y yo? Pronto seré médico. Algunos son padres. ¿Y yo? ¡Bah! Aún no es tiempo para pensar en eso.

¿Y qué ha pasado en estos diez años?

Estudié telecomunicaciones, trabajé en ETB, viajé y entré a la Nacional. Al principio estaba estudiando una ingeniería pero no era mi lugar. Esta carrera fue una experiencia muy bonita porque aparte de aprender mucho, me permitió conocer a personas increíbles: Diego “Pomi”, arquero, amigo del teatro, incondicional siempre. Diego González y Ángela, seguidores de la buena música y de las conversaciones fuera de lo común.  Leslie, una de las mujeres más inteligentes que he conocido, con la sonrisa contagiosa.  Sergio, Andrés y Daniel, los del “triángulo”, incondicionales también. Raúl, Camilo y Víctor los del “futbolito”, Carlos, Mayra,  Natalia, Catalina, Edgardo, Christian, John Fredy, Ricardo, Oscar,  Sandra, Valentina, Laura (hoy toda una abogada a quien también le gusta mucho la cultura francesa), Karen, Laura Marcela “Batman”, Leandro, Catalina. Gustavo,  Andrés y Nathalia con los que creamos “Ecolluvias” para ayudar al planeta. Estefany, la mujer amante de los chocolates y de la sonrisa bonita. Marcela, Arturo y Liliana que lamentablemente ya no están con nosotros.

Ahora, estoy en Medicina, carrera que amo completamente. Trasnochar leyendo guías de tratamientos y actualizaciones médicas, asistiendo a charlas y clases en hospitales y otras tantas cosas es un deleite. En esta hermosa carrera he conocido también gente increíble: Los Korioto (Alexandra “Porfita” y Juan Carlos), Martha, Camila, Julián, Rodrigo, Claudia, Ana, Carolina, Gonzalo, Diana…

Dejando a un lado la parte estudiantil, estos diez años me han dejado grandes enseñanzas. En diez años he aprendido a valorar mucho. He aprendido que debo seguir en una lucha constante, ser quien quiero por lo que creo y no por lo que toque. En estos diez años también he tenido que ver cómo personas importantes en  mi vida se han ido para siempre. Se fue mi abuelo Alberto quien en muchos aspectos de mi vida fue el mentor. Jairo, quien logró que mamá sonriera y fuera feliz después de varios años tristes. Laura, el primer amor. Sandra, la persona más incondicional que haya existido.

En estos diez años sucedieron tantas cosas que me han hecho cambiar un montón. Cuando me veo en el espejo, se me hace difícil, casi imposible, encontrar algo del Andrés del 2003. De las cosas que he hecho, de pocas me arrepiento. De las que no hice, mejor no digo. En estos diez años he reído muchísimo más y he llorado muchísimo menos, y eso lo atribuyo a que dejé de vivir para los demás y me enfoqué única y exclusivamente a lo que deseaba. Es algo así como si en frente de mí hubiera construido un muro o como si llevara una máscara que con el tiempo hace que olvide a aquel que se la puso en la primera ocasión. 

Estos diez años, con triunfos y fracasos, alegrías y tristezas, me han enseñado algo importante: Siempre habrá una razón, siempre habrá una oportunidad.

sábado, 23 de junio de 2012

No todo en esta vida es tan fácil como quitarle un vaso de Mickey a un niño


Mi amiga de la universidad lleva a su bebé a la última clase. Todos pasamos el tiempo tratando de hacerlo reír y apretándole los cachetes. Abre la pañalera y saca un vaso con tapa en forma de cabeza de Mickey Mouse y se lo da a su hijo. Así que sin dudarlo, me apodero del vaso y con voz de niño caprichoso (la misma que tuve casi toda mi infancia), le pido a mi amiga que me lo regale. Ella al principio se negó, obviamente, pero minutos después cedió a mi gran poder de convencimiento. Le prometí darle uno más bonito. Si se preguntan qué hizo el bebé luego que le quitara el vaso de las manos, les cuento que lloró un poco. Media hora aproximadamente, nada más. Debo reconocer que al comienzo vi muy difícil quedarme con el preciado objeto, sobre todo cuando el niño lo veía con ganas de arrebatármelo. Pero, ¿qué hay fácil en esta vida? Un agente del servicio secreto estadounidense creyó saberlo en Cartagena pero ya saben lo que pasó después.

Algunas veces sentimos que nuestra vida anda bien. Otras, no tanto. Pero  cuando las cosas están lo peor posible, deseamos mandar todo irremediablemente al carajo. Al nacer nadie nos aseguró que la vida iba a ser una maravilla. Tampoco un desastre. Todo puede llegar a ser fácil o difícil. O las dos.

Los primeros años de nuestra vida eran simplicidad pura. No había nada difícil. Nos preocupaba tener  la colección de juguetes del cereal y sintonizar el televisor a la hora correcta para ver los muñequitos. Pero no era solo felicidad en la niñez, porque en ocasiones corrimos como Michael Johnson para huir de los perros rabiosos o de las chancletas voladoras. Teníamos pesadillas con el cable de plancha y lo peor, nuestras mamás nos presentaban unas amigas ingratas: las planas.

En la primaria todo era fácil siempre que no escucháramos la palabra “dictado” o el típico “pase al frente”. El problema en clase era tratar de copiar lo que estaba en el tablero antes que el profesor tuviera el impulso repentino de borrarlo todo. Luego, era un caos encontrar alguien en el salón que prestara los apuntes sin pedir a cambio un refresco o una empanada. En secundaria,  preferir entrar  a la clase de ética en vez de jugar un buen partido de fútbol con arcos hechos de maletas era sinónimo de lambonería o cobardía en su máxima expresión, o una mezcla de ambas. La entrega de notas era como una ejecución y la mamá con cara de boxeador defendiendo el título mundial, el verdugo. Lo fácil era saltar el muro para escapar del colegio. No, mentiras. Eso también era difícil.

La educación superior es un mundo en el que nos va como queramos. Ser dedicados en la academia y obtener buenas calificaciones brinda beneficios como intercambios o empleos al interior de la universidad. En cambio, si la idea es llegar tres horas tarde a una clase de dos, entregar trabajos asesorados exclusivamente por Wikipedia o rezar todas las oraciones existentes para obtener un 3.0 de calificación final, lo más seguro es que el futuro inmediato no sea el más prometedor  ya que solamente se podría aspirar a ser miembro de la Policía. Fácil, ¿no?

En el amor todo va a ser difícil. De hecho, lo único fácil en este ámbito es… Olviden el asunto.

Su  jefe lo felicita por lograr para la compañía el éxito empresarial del año y le da un bono económico muy bueno por ello. Su secretaría es eficiente y amable pero no lo suficientemente sensual para arruinar el matrimonio. Sus compañeros de trabajo lo invitan a almorzar seguido y lo llevan en carro a casa. Mejor panorama no puede existir.  Aunque también puede pasar que… Miles de citaciones a reuniones interesantezzZzzzZzz, papeles acumulados en el escritorio, teléfonos timbrando todo el santo día, hacen de la vida de oficina algo muy difícil si usted así lo desea. Fácil es ser despedido.

Podría continuar escribiendo más situaciones pero en este instante ya no es tan fácil. Se me acaban los ejemplos.  

Lo importante de todo esto es que hay que ser conscientes de que todo en esta vida tiene su dificultad. Ser exitosos depende de nuestro esfuerzo y perseverancia y de afrontar el día a día con la mayor responsabilidad posible.

Por eso, recuerden bien… No todo en esta vida es tan fácil como quitarle un vaso de Mickey a un niño.

viernes, 15 de junio de 2012

Sin límites

Alguna vez ha sentido que es capaz de cualquier cosa por lograr algo? Si la respuesta es sí, estará identificado con la siguiente historia. Y si la respuesta es no, pues no, obvio. Mentiras. Conocerá el caso de alguien que sí se atreve a todo.

Esta es la historia de una mexicana llamada Karla Pamela Bieber, fanática a morir del cantante canadiense Justin Bieber. Todo sucedió el miércoles 13 de junio con un tweet de @Iaura_bozzo (en realidad es un fake y no la reina del carrito sanguchero. Sí, sanguchero). Cabe resaltar que después de acabado el problema, la seguidora del artista borró toda evidencia, pero no contaba con que había alguien siguiendo el caso detalladamente: yotas.

El trino que dio origen a la polémica fue el siguiente: 



Pamela, ni corta ni perezosa, no dudó ni un instante y expuso sus "argumentos" ante la cámara:



No creo que los cinco retweets y los tres favoritos sean por apoyar la causa Bieber. Más bien creo que es por morbo, burla, sorpresa, burla, asombro, burla, quizá interés en ella o ... ¿Ya dije burla? 
La "señorita Laura" tal vez no esperaba que su sugerencia fuera tomada en cuenta y mucho menos que se realizara. Entonces, la "conciliadora" de tantos hogares latinoamericanos opinó acerca de la fotografía con un trino. La niña daba señales de reaccionar pero aún así la ingenuidad podía más que su sospecha. Defraudada, Pamela respondió así:



Después, en una actitud "indiferente" expuso sus argumentos en forma de justificación. En realidad ella ya había expuesto sus argumentos con la foto:



Muchos pensarían que aquí termina la historia, pero no. Apareció la defensora de los inocentes, protectora de los débiles y sobre todo buena chica (la verdad no es buena)... Rocío de la selva.
La ayuda que le brindó a la seguidora de Bieber no fue la apropiada. Por el contrario, demostró ser igual de pelotuda que su defendida:




Y ahora sí, este es el fin de la historia de una fanática de JB que pretende hacer lo que sea por una foto junto al cantante. Una persona que demostró no tener límites para conseguir lo que desea, sin ser consciente de los riesgos a los que su "valiente" acción la puedan llevar.

Moraleja:  la loca canadiense vuelve aún más locotas a sus fanátic@s.

lunes, 9 de abril de 2012

Dos años

Un joven caminaba por la Carrera Séptima buscando dónde resguardarse de la lluvia que estaba a punto de empezar. Entró a una cafetería y pidió algo de beber para pasar el tiempo. Al principio no se percató del sitio donde estaba hasta que recordó que había estado varias veces en ese mismo lugar.

En frente de él había una señorita que lo observaba con atención. Tal vez el verlo tratar de ocultar el llanto sin éxito la motivó a preguntarle si tenía algún problema pero no obtuvo respuesta. Ella insistió preguntando cuál era la causa de aquella tristeza y además ofreció ayuda en caso de ser necesaria. Esta vez el joven respondió hablándole acerca de una persona que quería mucho.

Parte de lo que el joven le contó a ella fue lo siguiente:

Un hombre vivía en la casa construida con el fruto del esfuerzo de muchos años de trabajo. Empírico y sincero, este pasaba sus días escuchando la radio y comentando en voz alta las noticias emitidas en la emisora acostumbrada. Salía sin falta al restaurante a medio día y después disfrutaba de una gaseosa en la panadería de la esquina. Por las tardes la radio volvía a ser su compañera además de una taza de leche y Milo y puntualmente asistía a la misa dominical de las once. Siempre quiso ser abogado y de haberlo logrado hubiera sido uno de los mejores ya que tenía un amplio conocimiento además de poseer una cualidad indiscutible para la oratoria. Simpatizante de la ideología liberal, consideraba a Alberto Lleras Camargo como el mejor presidente de la historia colombiana.

No era muy aficionado al fútbol pero se sabía que tenía un gusto por el equipo capitalino de camiseta roja. Diariamente vestía de traje y corbata y si salía de casa llevaba siempre su paraguas. Cuando iba al centro de la ciudad le gustaba recorrer los sitios históricos además de disfrutar de un buen pescado como almuerzo. Contrario a lo que pensaban muchos, el señor tenía un gran sentido del humor expresándose a menudo con palabras que tenían un significado que solo él conocía. Su bondad y solidaridad solo los seres queridos más cercanos la supieron valorar y agradecer. Los demás, simplemente se acogieron a la indiferencia. Por alguna razón, indiferencia o interés, aquel hombre terminó sus días en un hogar para ancianos.


Ella se conmovió con lo que acababa de escuchar y lloró. Ya había pasado más de media hora desde que comenzó la conversación y la lluvia no terminaba. Cuando por fin dejó de llover, él le dio las gracias a la joven por el tiempo que estuvo escuchándolo y ella a su vez agradeció la confianza que él le brindó al contar la causa de la tristeza.  Hubo una corta despedida entre ambos y cada uno salió de la cafetería por caminos distintos.


Esto que acabo de escribir sucedió en realidad. El joven de la cafetería soy yo, el hombre de la historia, mi abuelo. Y la joven, una joven. En esa cafetería estuve con él muchas veces.

Hoy hace dos años el abandonaba este mundo a sus 84 años. A él le debo gran parte de lo que soy, el estudiar en la Universidad Nacional, el gusto por la medicina (cuando me regaló un libro de la historia médica en la ciudad de Santafé), por la Coca-Cola, por La Candelaria y muchas cosas más.

Aunque compartí mucho tiempo con él, siento que no fue suficiente. No va a tener la oportunidad de asistir a mi grado de la universidad, no va a sentarse a mi lado en el bus cada vez que tenga que ir al centro de la ciudad, ni me va a invitar a tomar una taza de Milo en la cocina. Tampoco podemos tener esas conversaciones que duraban horas y no me va a prestar su paraguas.

Me gustaría verlo a los ojos y contarle que algunas cosas han cambiado en estos dos años: mi actitud hacia el estudio y el trabajo, mi rutina habitual, mi vida amorosa.

Daría todo lo que tengo y lo que no tengo a cambio de poderle dar un abrazo y verlo sonreír, escucharle decir esas frases que me hacían reir, pero desafortunadamente eso no es posible. Solo me queda agradecer a la vida por haberme dado al mejor de los abuelos, al mejor de los amigos.

Viejo, siempre lo voy a querer. Me hace muchísima falta.




                                                                                       A la memoria de Alberto Cristancho Cristancho (05.10.1925 - 09.04.2010)

sábado, 4 de febrero de 2012

Crónica de un encuentro anunciado

Todos hemos soñado alguna vez, ya sea cuando dormimos, en el bus, en la clase aburrida de la universidad, haciendo fila en el banco, en fin. Soñar es algo que nos transporta a un mundo donde las preocupaciones quedan en un segundo plano y la felicidad está al alcance de nuestras manos. Lo malo, es que al momento de despertar del sueño que tanto anhelamos sea cierto, sucede lo que dice la famosa canción: “… de repente llega la realidad y todo se echa a perder, todo se echa a perder… “.

Quizá la época en la que más soñamos es la niñez. Por ejemplo yo soñaba con pilotear un avión (luego de una visita al Museo de los Niños) y conocer todo el mundo. Luego, quería ser el mejor doctor del mundo, tener un Strech Armstrong, estudiar en la mejor universidad del país y aprender a montar en bicicleta. Y sí. Tuve el muñeco, actualmente estudio en la Universidad Nacional, y de vez en cuando manejo sin las manos. Solo el de ser médico es el sueño que no he cumplido y quizá nunca llegue a darse, aún después de no aprovechar la oportunidad que tuve para hacerlo realidad.

Un día estaba en un salón que tenía solamente dos asientos, uno de ellos ocupado por una joven bellísima quien permanecía en silencio. Le hablaba de cualquier tema para ganar su atención pero ella seguía igual. Entonces, abrí mi maleta y saqué un dulce para regalárselo. Ella lo tomó y me dio las gracias. Luego desperté. Con el tiempo había olvidado todos los sueños que tuve en la niñez, todos menos uno, que es precisamente el que acabo de mencionar y que ayer por cosas de la vida lo recordé como si fuera el más reciente.

Ayer terminé semestre y salí de la universidad por la 30 para tomar el Transmilenio, pero en la estación tuve que esperar bastante por un articulado que no llevara pasajeros a punto de salir por las ventanas debido al sobrecupo. Después de varios minutos pude por fin subir a uno pero éste no traía sillas libres y como estaba entrando muchas personas, me quedé en la parte de la mitad del bus que parece un bandoneón. Mientras llegaba al Portal de la 80 miraba por la ventana el enorme trancón que había en la NQS, que por cierto es algo muy común un viernes en horas pico. 

El bus se detuvo en la estación de la Calle 75 y miré hacia otro lado, cuando a dos sillas de donde yo estaba reconocí una mujer a la que jamás en mi vida había visto. Por unos segundos trataba de recordar el por qué ella me era familiar hasta que encontré la respuesta: la mujer del sueño a la que le había regalado un dulce estaba sentada a unos dos metros de distancia de mí. Empecé a observar hacia distintas partes pero mi mirada terminaba siempre quedando en ella. Fue una sensación algo rara y no me explicaba la razón de tener tantos nervios; podría decir que era algo parecido a una primera cita. Ella me comenzó a ver y creí que estaba molesta pero rápidamente me convencí de lo contrario porque a partir de ese momento continuó un intercambio de miradas. Muchas, por cierto.  Cuando llegamos al portal y nos bajamos del bus la perdí de vista por la gran cantidad de gente que estaba esperando transporte en la plataforma. Si tal vez me hubiera hecho justo a su lado y así como en mi sueño de infancia estuviera tratando de ganar su atención, quizá habría encontrado la respuesta a todo lo que en ese instante me estaba preguntando. Me puse a pensar en lo que me acababa de pasar y comencé a imaginar que le había hablado. A la vez, sentí como una canción iniciaba a sonar a pesar de que parte de la letra no funciona en este caso:



No supe ni su nombre ni su edad; si de niña soñó con ser abogada, profesora o psicóloga; si le gustó el dulce que le di o si en alguna ocasión ella soñó con un desconocido, quizá conmigo. Tampoco pude saber si al subir al bus ella me estaba esperando. No lo sé.

Fue como un encuentro anunciado desde hace muchos años el cual estaba postergándose hasta ayer. De esta manera fue que literalmente pude ver en persona a la mujer del salón a la que le regalé un dulce y me dio las gracias. Así como diría Milanés, puedo afirmar que ella se acerca a lo que yo simplemente soñé.

sábado, 28 de enero de 2012

Si yo fuera alcalde

El 8 de septiembre del 2011 escribí la siguiente nota pero en ese entonces no la publiqué porque pensé que podría herir susceptibilidades de algunos lectores. Pero debido al aumento de una situación incómoda por parte de habitantes de Bogotá (que NO son bogotanos), decidí hacerlo ahora.



SI YO FUERA ALCALDE

Sabemos que por estos días el tema de la censura es muy recurrente en distintos aspectos siendo el más notorio la ley de protección de derechos de autor denominada “Ley Lleras”.  Hay controversia por la tauromaquia que es vista como cultura por sus seguidores y como maltrato animal por los que no la apoyan (en mi opinión, la cultura es con lo que un pueblo se expresa y se identifica, por lo tanto una sociedad que disfruta de un espectáculo como las corridas de toros no es la más correcta que digamos). Otro gran debate nacional es el de los derechos de la población LGBT y al respecto creo que debería ser una cuestión de reciprocidad: si no queremos que nos nieguen nuestros derechos, no neguemos los de los demás. También se habla de la violencia contra la niñez y la mujer como un acto totalmente repudiable (y es así, lógicamente), pero al igual que en los anteriores casos la ley colombiana no es eficaz como quisiéramos.
Les hablo de todo esto porque algo que sucede en nuestra ciudad va en aumento exponencial y se podría decir que se está generando una especie de censura. Resulta que últimamente he hablado con varias personas que hablan muy mal de Bogotá ya sea por los trancones, por la malla vial, inseguridad, inundaciones, etc. Lo más curioso es que aquellos a los que he escuchado hacer las críticas no son de aquí; el acento los delata. Ante esta situación quiero expresar abiertamente mi  inconformismo con todos los que no son bogotanos y juzgan de esa manera la ciudad que les brindó la oportunidad de conseguir un empleo, de educarse, de tener una vivienda y muchas más cosas que seguramente sus sitios de origen no podría haberles dado jamás. Y cómo no molestarme si a la vez que hay bogotanos que no tienen manera de subsistir en su propia ciudad, existen muchos que sin ser de aquí viven bien y aún así no están contentos.
Para resaltar mi inconformismo quiero citar dos ejemplos: El primero sucedió el pasado 30 de julio en el Mundial Sub-20 cuando estaba esperando que comenzara el partido Colombia – Francia. Al lado mío había una familia costeña que literalmente maldecía el cielo bogotano por la lluvia que estaba cayendo y además, se quejaban del tráfico de la ciudad porque les tomó un buen tiempo llegar al estadio. Pensé en responderles algo al respecto pero me arrepentí porque fui a El Camín a ver fútbol y no a caer en la desesperación por comentarios malintencionados de unas personas a las que no debía prestarles la más mínima importancia. Menos mal antes de que empezara el segundo tiempo se fueron y los que estábamos cerca tuvimos la dicha de no tener que soportar tan ingrata compañía.
El segundo ejemplo tiene que ver con una compañera de la Universidad Nacional. Ella, nacida y criada en Medellín,  llegó a Bogotá para estudiar Ingeniería Mecatrónica porque en la sede de la universidad en su ciudad no había este programa de pregrado. Al principio Clara era muy querida por todos porque tenía una simpatía inigualable y un gran sentido del humor, pero esas  cualidades no las supo conservar con el tiempo. Exactamente hace un mes (imposible olvidar la fecha) fuimos a almorzar a un puesto de comida  muy conocido por los que estudiamos en la Nacional, el cual queda en un local bajo el puente de la Calle 45 con Carrera 30. En el noticiero de RCN estaban presentando tres hechos que causaron polémica: la destitución de la directora del IDU Liliana Pardo y el subdirector técnico Inocencio Meléndez por irregularidades en contratos, el asesinato de una mujer embarazada en el distrito de Aguablanca (Cali, Valle del Cauca) y por último, la agresión del entonces técnico de la Selección Colombia Hernán Darío Gómez a una mujer. Clara repudió las noticias del escándalo del IDU y de la mujer embarazada pero del “Bolillo” no dijo nada. La explicación que ella nos dio fue que el técnico era víctima de un complot para desprestigiarlo porque él es exitoso y paisa. Lo anterior provocó la risa iracunda de una de nuestras compañeras y así comenzó la discusión. Clara afirmó que los paisas eran los que se destacaban del resto de habitantes del país y que sin ellos Colombia no sería nada. En ese momento creo que muchos de los que estábamos allí deseamos que fuera ella la mujer a la que le pegó el Bolillo. Todo terminó con un “hablamos más tarde”  y hasta el día de hoy no lo hemos hecho.
Por estos dos ejemplos y por muchas más situaciones que no voy a mencionar, puedo decir que la gran mayoría de los que he leído y escuchado hablando muy mal de Bogotá son provenientes de la Costa Atlántica y de Antioquia, siendo casualmente la población que más se ha beneficiado de la ciudad. Si no me cree, compruébelo usted mismo y se dará cuenta que tengo razón.
Lo anterior hizo que me planteara un ejercicio imaginario: ¿Qué pasaría si todos permanecieran en sus lugares de origen durante toda su vida? Seguramente muchos familiares, amigos, compañeros, entre otros, no estarían con nosotros. Quizá no existiría tanto caos que se presenta a diario en las calles. Tal vez el desempleo tendría un índice bajo. Son solo suposiciones, pero confieso que en varias ocasiones he pensado que sería una buena idea. Imagino también que al terminar de leer esta nota usted pensará que soy regionalista y la verdad es que en este caso si, lo acepto. No tolero la crítica (en varias ocasiones sin razón) de aquellos que vinieron a Bogotá en busca de oportunidades y a cambio la convierten en un completo caos.
Los bogotanos debemos día a día lograr hacer de nuestra ciudad un lugar muy agradable para vivir y los nacidos en otras partes del país y que habitan Bogotá deberían valorarla más y criticarla menos, porque si no les gusta, hay una solución muy sencilla: REGRESEN  POR DONDE VINIERON. Quizá así cada vez que vaya al estadio no tendría que encontrarme con familias criticonas o no iría a almorzar con una compañera que solo ve los defectos en los demás y no los de ella o los de sus “paisanos”.
A propósito, como nos estamos acercando a las elecciones para alcalde he hecho un último ejercicio imaginario por el día de hoy, el cual sería que en caso de ser elegido en octubre, el 1 de enero del próximo año mi primer acto administrativo sería:

EL ALCALDE MAYOR DEL DISTRITO CAPITAL DE BOGOTÁ en ejercicio de sus facultades legales decreta:  
TÍTULO I
CONVIVENCIA CIUDADANA
Artículo 1. Política de convivencia.
Debido a conflictos generados por la  crítica y/o daño a la ciudad de Bogotá por parte de habitantes no nacidos en la misma, éstos deberán regresar a su sitio de origen de inmediato.  Solo los bogotanos podrán permanecer en la ciudad.
PUBLÍQUESE Y CUMPLASE


Así que si usted no es bogotano y no está conforme con la ciudad, ruegue para que yo no sea elegido alcalde en un futuro porque ya sabe lo que le espera.

sábado, 22 de octubre de 2011

Mi aporte a la defensa de la educación

Defender la educación apoyando el paro en la universidad no es suficiente ya que la sociedad afuera no sabe, o peor aún, no quiere saber el problema en el que la educación superior se encuentra debido a la radicación del Proyecto de Ley 112 de 2011 Cámara, más conocido como la reforma a la Ley 30. Por eso, después de pensarlo por mucho tiempo y de superar el temor, me subí al bus ayer en la tarde y después de pedir permiso al conductor (que por cierto me dijo que está de acuerdo con el paro estudiantil) comencé a hablar acerca de lo perjudicial que puede llegar a ser dicho proyecto de ley en caso de ser aprobado en el Congreso. Al principio los pasajeros me ignoraban igual que a un vendedor ambulante, pero con el paso de los minutos me gané su atención. El trancón y la colaboración del conductor fueron de gran ayuda porque tuve tiempo suficiente para exponer las razones de la inconformidad y el rechazo a la reforma diciendo que ésta no solo afecta a la educación pública, sino a toda la educación superior y que lo difundido en los medios de comunicación por parte del Gobierno Nacional es el mensaje que el mismo pretende que la sociedad acepte como cierto. Terminé mi intervención diciendo que el Gobierno tiene de su lado a los medios de comunicación y que nosotros los estudiantes... tenemos la razón. Al final recibí algunos aplausos (la verdad no me lo esperaba) pero lo importante es que hay un grupo nuevo de personas que conoció el punto de vista de los estudiantes respecto a la reforma de la Ley 30. Porque defender la educación es una obligación con nosotros mismos, con nuestras familias y con la sociedad, a la que por cierto hay que seguir informando. Los invito a que ustedes hagan lo mismo que yo y así poco a poco vayamos ganando el apoyo de las personas del común que aún ignoran las graves consecuencias que generará la reforma en caso de ser aprobada.