Eran las cinco de la mañana y ya me estaban despertando.
Casi media hora después mi mamá me repetía: “¡Arréglese esa corbata!”. La verdad es que siempre he odiado las
corbatas. Mientras me ajustaba el nudo y revisaba mis zapatos, me acordaba de
lo que había ensayado el día anterior. Salimos a la avenida y ¡oh sorpresa!, no
había tanto tráfico para ser la primera semana de diciembre; era miércoles 03. Me
puse a tararear mentalmente la canción del
lobo del Club 10 Caracol mirando por la ventana mientras la cotorra de taxista
hablaba del mundial sub-20 en Emiratos Árabes y del colombiano muerto en la guerra de Irak. Camino
a la Luis Ángel comencé a sentir alegría y nostalgia a la vez y con gran
intensidad, sin llegar a niveles emo. Luego, muchos nervios. Iba a comenzar la ceremonia
y mi papá no llegaba, lo cual me hizo decir muchas veces: “¡Llegue ya, viejo!
“. Minutos después tenía el diploma en mis manos y mis papás
aplaudían.
Se acabó la ceremonia y todos lanzamos los birretes con cuidado
excepto uno de mis compañeros de mi
curso (no recuerdo exactamente quién fue, aunque sospecho), quien casi daña una
de las luces del lugar. Después, fotos de todo el curso, fotos con mis papás,
fotos con los amigos de siempre (Jonathan, Edgar, Camilo, Jefry, Daniel,
Alejandro), fotos con los profesores, fotos, fotos y más fotos. Fue una alegría enorme por alcanzar una meta
que por instantes veía difícil de lograr, y no por desempeño porque menos mal
siempre me fue bien, sino por algo ajeno a lo académico. Es aquí donde debo
agradecer a cuatro profesores que me motivaron para no desfallecer: David
Parada, José Quintana, Marco Anaya y Amparo Rojas. Gracias a ellos me convertí en uno de los
mejores estudiantes, lo cual me ayudó bastante tiempo después en la
universidad. Superados los problemas, el grado era una realidad. Al salir de la
Luis Ángel quedo la promesa de reunirnos esa noche para celebrar porque podría
ser la última vez que nos volviéramos a ver con muchos de los compañeros de
curso. Dicho y hecho.
Con los amigos de siempre nos estábamos
comunicando seguido. Unos estudiaban, otros trabajaban y algunos, bien,
gracias. Pero con el paso del tiempo ya era muy poco lo que sabíamos de los
demás. De hecho, debo admitir que sin darme cuenta me aparté demasiado del
resto. La mayoría hoy son ingenieros. También hay veterinarios, químicos,
docentes, ambientalistas y expertos en el área deportiva. ¿Y yo? Pronto seré
médico. Algunos son padres. ¿Y yo? ¡Bah! Aún no es tiempo para pensar en eso.
¿Y qué ha pasado en estos diez
años?
Estudié telecomunicaciones,
trabajé en ETB, viajé y entré a la Nacional. Al principio estaba estudiando una
ingeniería pero no era mi lugar. Esta carrera fue una experiencia muy bonita
porque aparte de aprender mucho, me permitió conocer a personas increíbles: Diego
“Pomi”, arquero, amigo del teatro, incondicional siempre. Diego González y
Ángela, seguidores de la buena música y de las conversaciones fuera de lo
común. Leslie, una de las mujeres más
inteligentes que he conocido, con la sonrisa contagiosa. Sergio, Andrés y Daniel, los del “triángulo”,
incondicionales también. Raúl, Camilo y Víctor los del “futbolito”, Carlos,
Mayra, Natalia, Catalina, Edgardo,
Christian, John Fredy, Ricardo, Oscar,
Sandra, Valentina, Laura (hoy toda una abogada a quien también le gusta
mucho la cultura francesa), Karen, Laura Marcela “Batman”, Leandro, Catalina.
Gustavo, Andrés y Nathalia con los que
creamos “Ecolluvias” para ayudar al planeta. Estefany, la mujer amante de los chocolates
y de la sonrisa bonita. Marcela, Arturo y Liliana que lamentablemente ya no
están con nosotros.
Ahora, estoy en Medicina, carrera
que amo completamente. Trasnochar leyendo guías de tratamientos y
actualizaciones médicas, asistiendo a charlas y clases en hospitales y otras
tantas cosas es un deleite. En esta hermosa carrera he conocido también gente
increíble: Los Korioto (Alexandra “Porfita” y Juan Carlos), Martha, Camila,
Julián, Rodrigo, Claudia, Ana, Carolina, Gonzalo, Diana…
Dejando a un lado la parte
estudiantil, estos diez años me han dejado grandes enseñanzas. En diez años he
aprendido a valorar mucho. He aprendido que debo seguir en una lucha constante,
ser quien quiero por lo que creo y no por lo que toque. En estos diez años
también he tenido que ver cómo personas importantes en mi vida se han ido para siempre. Se fue mi
abuelo Alberto quien en muchos aspectos de mi vida fue el mentor. Jairo, quien
logró que mamá sonriera y fuera feliz después de varios años tristes. Laura, el
primer amor. Sandra, la persona más incondicional que haya existido.
En estos diez años sucedieron
tantas cosas que me han hecho cambiar un montón. Cuando me veo en el espejo, se
me hace difícil, casi imposible, encontrar algo del Andrés del 2003. De las
cosas que he hecho, de pocas me arrepiento. De las que no hice, mejor no digo. En
estos diez años he reído muchísimo más y he llorado muchísimo menos, y eso lo
atribuyo a que dejé de vivir para los demás y me enfoqué única y exclusivamente
a lo que deseaba. Es algo así como si en frente de mí hubiera construido un
muro o como si llevara una máscara que con el tiempo hace que olvide a aquel
que se la puso en la primera ocasión.
Estos diez años, con triunfos y
fracasos, alegrías y tristezas, me han enseñado algo importante: Siempre habrá
una razón, siempre habrá una oportunidad.




